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Cuatrocientos años después de su publicación original, ofrecemos una nueva versión en español de los Sonetos seguidos de Lamento de una amante, es decir, tal y como se divulgaron por primera vez en 1609. Mientras la colección de 154 sonetos ha llegado a convertirse en uno de los paradigmas de la lírica universal, el Lamento fue víctima de la indiferencia. Han debido pasar casi cuatro siglos para que se alcen voces en favor del carácter inseparable de ambas obras. Esta edición ofrece al lector la posibilidad de juzgar por sí mismo. Shakespeare, como todos los grandes clásicos, debe ser leído una y otra vez; de ahí que lo editemos como si fuese uno más de nuestros contemporáneos. La extraordinaria traducción de Andrés Ehrenhaus restituye buena parte de la frescura e inmediatez que tenían al nacer esos poemas con los que, como afirma Claudio Guillén: «Shakespeare no innova en el género, pero se atreve a hacer, a decir cosas nuevas, completamente nuevas, como la no diferencia entre la amistad y el amor y, también, la no diferencia esencial entre el amor a la mujer y el hombre. Me parece que esos dos atrevimientos son la condición inventada, la condición ejemplar de esta ficción poética que son los Sonetos».
El tiempo no ha cerrado las heridas de los Montesco y los Capuleto, dos familias de Verona enemistadas por antiguos pleitos cuyo origen ya casi nadie alcanza a recordar. Con el odio llegó la violencia; con la violencia, las primeras víctimas inocentes, y la reyerta acabó por desatar el caos en la ciudad. Pero del odio nació el amor entre dos jóvenes predestinados a la desventura: Romeo y Julieta. Cómo se conocieron y se juraron amor es una de las historias más populares de todos los tiempos, a la vez que su trágico desenlace se ha convertido en un hito de la literatura universal, «pues jamás hubo tan triste suceso como este de Julieta y de Romeo.»
«Shakespeare representó las dos caras del corazón humano y los dos extremos del arte con personajes que vivirán eternamente: llenos de un vigor misterioso, impalpables como las nubes, inmortales como el aliento». Victor Hugo